viernes, 23 de abril de 2010

Fase de Negación

El otro día escuché en la tele que la mayor parte de los españoles necesita de unas vacaciones para poder quedarse embarazados. Me hizo gracia.

Nosotros fuimos unas "víctimas" de las vacaciones, concretamente, de un hotel sin piscina y suficientemente alejado de la playa como para no ir y volver dos veces al día.


Inconsciente de mí, proseguí mis vacaciones sin privarme de absolutamente una gota de alcohol.
Éran nuestras primeras vacaciones de verano como casados -últimas solos- y fueron geniales.

Una vez en el mundo real me di cuenta de que había "algo" que echaba de menos... pero sabía que iba a venir, tenía ese dolorcillo tan característico. Sólo era cuestion de días. Días que se convirtieron en semana. Semana que no dejé pasar sin hacerme un test de embarazo. Me alivió la única línea de control del resultado.

Pensé que, más relajada, me vendría la regla ipso facto -ilusa-.

A los 10 días de retraso decidí hacerme otro test aprovechando que comía con unas amigas. Mi mayor preocupación era que, si salía positivo, mi marido no se enteraría a la vez que yo. Pero estaba casi convencida de que el resultado iba a ser negativo. Ya me hice un test anterior con suficiente retraso como para que hubiera salido un resultado fiable.
Era un test digital, fui al baño del restaurante y, sin ver el resultado, salí y lo dejé en el centro de la mesa donde íbamos a comer. El tiempo mientras "calculaba" se me hizo eterno.

¿Estaba segura?

Terminó de calcular: "Embarazada 1-2 semanas".

Imposible. Las fechas no me cuadraban. Yo debía estar mínimo de 3 semanas -porque ya había contado desde mi primer día de última regla-. No me lo podía creer, algo no estaba bien...
¿Y mi marido? se enfadaría por haberlo compartido con mis amigas antes que con él...
¿Embarazada? ¡¡qué bueno!! ¡¡ qué mal!! ¡¡qué miedo!!

Compré un biberón en el que metí el test de embarazo y lo dejé en el dormitorio, donde tendría que ir Manuel a cambiarse. No me había dado tiempo a pensar cómo quería dar la noticia y tenía la necesidad de darla ya. No fue lo más original del mundo pero es lo que se me ocurrió.

Cuando llegó y lo vió pensó que era una broma y que el texto que aparecía en el test era una pegatina... vamos, creyó que le estaba esperando para hacérmelo. El gesto de mi cara le sacó de su error. Jamás olvidaré su cara. Estaba pletórico, no tenía miedo, estaba feliz.

Le pregunté: pero ¿estás contento? y me dijo: "Bueno, no lo queríamos tan pronto, pero... ¡vamos a ser papás!"

Ahí me dio el bajón. No estaba preparada. Tener un hijo implicaba renunciar a nuestra libertad. A tener un puesto de trabajo seguro, un lugar de residencia fijo, una vida practicamente encauzada. Y ese no era nuestro caso. Ni de lejos.

Además, tenía que renunciar a nuestras tardes solos y tranquilos viendo la tele, vacaciones a nuestro aire, nuestros extraños horarios de rutinas los fines de semana...

No podía ser. Pero ir a abortar... tampoco. La criatura no tenía culpa de la inconsciencia de sus padres. Además, se había engendrado desde el amor. No lo habíamos buscado, pero sí fue una consecuencia de nuestro amor. Eso, no podía ser malo.

Así, con estos sentimientos tan encontrados me hallé todo el fin de semana... llorando como una Magdalena.

Pasaron los días y mis primeros controles médicos, aún así seguía sin creerme mi nuevo estado. De hecho, me sorpendía imaginando mi propio aborto. Y, lo peor, me sorprendí sonriendo mientras lo "visualizaba". Creo que esta actitud no era más que el reflejo de que, realmente, no era consciente de mi embarazo.

Aún así, me sentía anti-natural por tener esos pensamientos -¿no serían mis deseos reales?-

CLC





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